jueves, 20 de agosto de 2009

Bajo los inclementes rayos del sol

atardecer reflejo
Bajo los candentes rayos del sol,
apenas éramos unos chiquillos,
trabajamos de sol a sol
antes y después de ir a la escuela,
nuestra vida en la parcela
siempre llena de trabajo,
entre las labores del campo,
de la escuela y de la casa
así transcurrió su vida
sin juegos ni distracciones.
Hoy escribo mis canciones
narrando algunos sucesos,
de la infancia de tres niños,
muy carentes de emociones,
del trabajo siempre presos.
Levantarnos muy temprano
a las cinco ya partíamos,
después de dar de comer
a los bueyes y a las vacas,
de ordeñar las terneras
y de pastura hacer las pacas.
De tan pequeña edad
de seis, de ocho y de diez
y con responsabilidad
de algún adulto precoz,
viviendo en tan cruel olvido.
Recuerdo con gran tristeza
que al cruzar el cause del río,
nos tomó por gran sorpresa
la creciente que venía,
arrastrando al más pequeño
mientras que yo me moría,
de dolor y de impotencia.
Pero algo muy dentro de mí
se movió con rapidez,
deshaciéndome del miedo
con gran valentía y arrojo,
me arrojé por la corriente
de ese río embravecido,
sin medir las consecuencias
y con el miedo vencido,
para salvarle la vida
a mi hermanito querido.
Era en tiempos de lluvias
cuando menos descansaban
porque el arar de la tierra
y el sembrar las semillas,
la escarda y las cosechas
en su alma dejaron brechas.
Un gran maltrato infantil
de un padre muy iracundo,
a golpes y a garrotazos
teníamos que aprender,
a terminar las jornadas
y otras cosas de este mundo.
Con los zapatos roídos
o a veces hasta descalzos,
cruzaron siempre los ríos
cuatro veces cada día,
cinco días a la semana.
Nuestra madre madrugaba
para llevar el almuerzo,
en punto de las ocho
todos estamos comiendo,
las tortillas recién hechas
y los frijoles refritos,
un gran pedazo de queso,
un molcajete de chile,
o unos huevitos fritos.
Su sonrisa siempre alegre.
Deben comer muy aprisa
que no se les haga tarde
porque de aquí a la escuela,
sí que el sol está que arde
recomendaba mi madre.
Con el sudor en la cara
corríamos hacia la escuela,
los pies cubiertos de lodo
rápido nos los lavábamos
en el paso por el río
y éramos burla de todos.
A muy temprana edad
abandonamos el nido
para seguir estudiando
y ser alguien de provecho,
aunque en nuestros corazones
algo se quedó deshecho.
Como no había recursos
siempre estudiamos becados
pero eran largos los cursos
para volver a su lado.
Ahora ya somos adultos
y solo los recuerdos quedan,
nos causa una gran tristeza
todo lo que hemos sufrido.
Ellos viven en Estados Unidos
y yo en esta Capital,
pero seguimos muy unidos
y a este pueblecito
no hemos podido olvidarlo.

SHANIA LYNN

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